Eres libre de comprar un avión: ¡cómpratelo!

Es muy común hacer la siguiente crítica en México (o en cualquier otro lugar con libertad negativa, para seguir a Isaiah Berlin): eres libre de comprar un avión, pero no te lo puedes comprar. Eres libre de comer lo que quieras, pero si no tienes el dinero, pues te puedes morir de hambre, etcétera. Con esto pretenden indicar que la libertad formal es mera palabrería, falsa o hueca. Y en contraproposición, dicen que es mejor una libertad real—que oponen a la libertad formal, o falsa–que te permita comer algún platillo o, si no tener un avión, al menos viajar. Normalmente esa clase de críticas nos suenan al menos razonables y en cierto grado respetables.

Pero ¿en qué medida poder comer algo subsidiado o poder comprar—al menos– un boleto de avión, te hace más libre? Eso te ata a la prosperidad de aquellos a los que se les cobra el subsidio. Si esos bienes no los consigues por tu propio esfuerzo y decisión, estás como el amo inepto atado al esclavo habilidoso, como el ciudadano inepto atado al contribuyente habilidoso. Se muere el segundo, tú te mueres de hambre después que él. Te pone veneno el que te alimenta, y te ves forzado a sufrir ese destino. Al menos sufres de la paranoide posibilidad.

¿Es esto verdadera libertad? ¿Qué pasa si tu vecino decide no inventar los aviones porque prefiere quedarse a dormir en su cama? Ya no tendrías ni avión, ni boleto de avión. ¿Eres menos libre? O peor ¿qué pasa si el que te da de comer te condiciona su apoyo a que votes por el partido A o por el partido B? Parece que  los votantes urbanos, es decir, aquellos que dependen más fuertemente de la división del trabajo, suelen votar siempre por proyectos políticos de libertad positiva, más de libertad negativa.

Por ejemplo, la mayoría de los votos de Hillary Clinton salieron de áreas urbanas donde esta sensación de dependencia en los otros es el pan de cada día y las reacciones catastrofistas al ganar Trump de muchos de sus seguidores, evidencian esta clase de ansiedad: la felicidad de esta clase de personas depende de lo que hagan o no hagan los demás. Éste es un tipo de vulnerabilidad poco estudiado. ¿Qué pasa si aquel o aquellos que producen comida y venden su producción excedente de pronto quieren dedicarse a la filosofía, a la danza o a los cristales New Age o a jugar cartas de Yu-Gi-Oh!, su recién descubierta verdadera vocación?

Aquel cuya alimentación depende de que otros produzcan alimento, necesitarán matarle el sueño, desanimarlo, forzarlo, humillarlo, amenazarlo incluso por tal de que alguien, quien sea, no abandone la vida del campo. Tu vida y tu libertad van en ello, ponerse de asambleísta metiche e intrigar contra él se vuelve necesario para sobrevivir y ser libre de otros. Las decisiones personales de los contribuyentes se vuelven amenazas contra ti, y tus decisiones personales. Esta psicología te lleva como esclavo por el camino del tirano; un camino de ansias de poder, ansias de control, ansias de dominación, ansias de gobierno, ansias de Estado, ansias de presupuesto.

¿Quién eres tú, lector? ¿Eres el amo o el esclavo? ¿Eres el beneficiario de poder vivir sin trabajar o necesitas trabajar para vivir? Si dejas todos tus empeños, te confinas en tu casa, y dejas de comer la siguiente quincena, seguramente sientas que estás más del lado de los esclavos que del lado de los amos, según esta forma de ver las cosas. Pero no es claro: si uno trabaja mal, y recibe un pago inflado, un pago que no recibirías sin legislación laboral o contratos colectivos de trabajo, podrías parecerte o sentirte como esclavo, sin serlo en realidad. Y está bien, se vale ser esclavo por decisión propia y conveniencia propia. Pero no puede uno esclavizar a otros—en especial hacerlos trabajar contra su voluntad – a menos que uno sea una basura humana, ya sea producto de la desesperación más absoluta o del egoísmo más anti-social.

En estos escenarios sabemos que algunos querrán dedicarse a jugar Yu-Gi-Oh!, o al ballet, a estudiar las reformas borbónicas en la Nueva España y los efectos que tuvieron décadas después en la industria de la lana en Monte Escobedo, Zacatecas de inicios del siglo XX. ¿Puedes dejar de trabajar y te mantendrá alguien? ¿Esa misma decisión la podrían tomar todos tus conciudadanos junto contigo, o si la tomas tú, otros pierden el derecho? ¿Podrían de pronto todos dejar de trabajar por estar cansados, por querer buscar sus sueños y dejarlo todo por un subsidio? Aquí es donde las dos nociones de libertad no sólo son diferentes sino que llegan a ser contradictorias: o bien uno o mata a una, o mata a la otra.

No debemos olvidar que la innovación no es la carta fuerte de los regímenes socialistas que se vuelven tan dependientes de la innovación y la tecnología de los países capitalistas, a grado tal que el fracaso de éstas sociedades que no son libres económicamente—i.e. socialistas o comunistas – pierden todo desarrollo producto de que los países capitalistas decidan dejar de comerciar con ellos. ¿No es Cuba un país que decide expulsar al capitalismo de su suelo, y luego se queda de que no haya capitalismo en su suelo en medio de una de las peores pauperizaciones a nivel Estado que jamás ha visto Latinoamérica hasta—otra joyita de la misma corona– como es Venezuela?

Las libertades subsidiadas son una farsa y una verdadera amenaza a la paz. Son quizá el peor fraude político de la modernidad. Si alguno dice que está a favor de la libertad pero critica a la libertad negativa—i.e. la ausencia de coacción–como desdeñable o accesoria, y apoya uno a la libertad de acceso incondicionado a bienes y servicios con pasión y fortaleza, y con esa misma pasión quiere uno eliminar la libertad negativa, entonces estás frente a alguien ignorante e ingenuo, frente a alguien desesperado y muy dañado psicológicamente o sencillamente, estás frente a alguien extremadamente maligno.

Estando en ninguno de estos tres escenarios: el de la ignorancia, el de la malevolencia o la desesperación, se debería dar el derecho a las personas a influir por medio del voto en los destinos políticos de los vecinos de un país; estas personalidades deben abocarse a sus propias vidas, arreglarse y dejar en paz a los demás antes de aspirar a influir en un resultado político que afectare o atañiere a toda  una sociedad. Ya desde Aristóteles nos advertían que estos caracteres son los que corrompen los sistemas de gobierno al decidir en beneficio propio y en detrimento de todos, escogen frecuentemente a favor de ellos mismos o su familia, y en perjuicio indebido al resto de las sociedades.

Veamos ahora. Muchos critican afirmando que en un régimen de libertades formales, uno es libre de comprarse un avión, si uno quiere pero a ver: ¡cómpratelo! La crítica a la libertad como acceso a bienes y servicios, que es genuinamente comparable a la anterior, es que si bien en un régimen de libertad como garantía de acceso a bienes y servicios, son libres de exigir de los demás que trabajen a su favor. Pero a ver: cuando empiece la lucha de poder ¡evita ser esclavo de los demás!

Nota cómo en los documentos donde supuestamente se consagran derechos humanos de corte social, económico y cultural, siempre se habla detener derecho a bienes y servicios (vivienda, salud, alimento, etcétera), pero nunca se habla de la obligación de trabajar, aún sin querer hacerlo—esto es, esclavitud – y nota también que en estos países donde se trata de reforzar esa garantía y cumplirla a cabalidad, suele haber toda clase de carencias, precisamente en alimentos, vivienda y salud.

Cuando el problema en una sociedad es que a algunos les falta dinero o algún otro recurso de ese tipo, ese problema en general es resoluble. Con trabajo libremente acordado es suficiente. Pero cuando en una sociedad el problema es cómo esclavizar a los demás, ese problema no es resoluble, ese problema, a lo largo de la historia moderna ha solido colgarse a la horca o ponerse contra el paredón.

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