De acuerdo con Ernesto Fontaine, “La universidad gratis fue un subsidio a los no pobres, pagado por los más pobres mediante menores asignaciones presupuestarias a los niveles básicos de educación, sueldos indignos para los maestros y un deterioro de la calidad de la enseñanza impartida, disminuyéndose aún más el acceso de ese grupo social a la universidad»
México sufre de una distorsión de recursos como resultado de los enormes subsidios que recibe la educación superior. Es una consecuencia más de extender el concepto de derecho a bienes económicos: La gente tiene derecho a una educación universitaria es un dogma que no se desafía con frecuencia. Yo creo que a lo que tiene derecho una persona es a usar su cuerpo y su propiedad como le plazca, mientras reconozca ese derecho en los demás (y entonces podrá proveerse de la educación que quiera). Pero abandonemos por un momento esa discusión filosófica y abordemos el tema desde un punto de vista económico.
Se suele argumentar que vale la pena ampliar el acceso a los jóvenes a la educación superior porque la educación tiene externalidades positivas: beneficios que recaen sobre terceros no involucrados en una transacción, como el placer estético de observar el jardín de un vecino, que no piensa en mí al cuidar de su jardín. Sólo hay un problema: si acaso hay externalidades positivas, son más bien pocas o casi nulas. Incluso, de acuerdo al trabajo de economistas como Michael Spence (premio Nobel de Economía en 2001) o Bryan Caplan (The Case Against Education), es probable que la educación superior tenga externalidades negativas: costos que recaen sobre terceros no involucrados en una transacción, como la decisión de una persona de tirar un chicle que yo piso accidentalmente, sin tomar en cuenta el costo que ha impuesto sobre mí.
¿No hay externalidades positivas, pero sí negativas? ¿Por qué?
Primero hay que atacar la supuesta apelación a las externalidades positivas: si una persona estudia para ser dentista, ¿cuáles son las externalidades positivas de su elección? Cierto: ahora habrá un dentista más al cual una persona pueda acudir a cuidar su dentadura. Bravo, bravo. Pero eso no contaría como una externalidad positiva, pues el dentista internalizaría el beneficio de su educación a través del salario que pudiera cobrar por sus servicios.
Lo mismo ocurre para una amplia gama de profesiones: ingenieros, médicos, arquitectos, contadores, economistas, biólogos, abogados…
Ahora toca mostrar la posible existencia de externalidades negativas.
Una de las razones por las cuales las personas buscan una educación profesional es conseguir un título que avale sus habilidades. Como los empleadores desconocen a los candidatos a un puesto, son receptivos a cualquier señal de que están contratando a una persona cuyas habilidades se ajustan a las esperadas al firmar el contrato laboral. Los títulos, certificados y diplomas constituyen formas de señalizar al empleador de que contrata a quien está buscando.
Pero una señal es efectiva si puede diferenciar a una persona de otra. Si es opcional que un motociclista use casco, una compañía aseguradora puede diferenciar las actitudes hacia el riesgo de distintos motociclistas observando si usan casco o no. El uso del casco sirve a la aseguradora como una señal útil para diferenciar el cobro de primas de riesgo entre clientes motociclistas. Pero si el uso del casco es obligatorio, pierde sentido que la aseguradora observe si un motociclista lo usa o no.
Cuando el gobierno subsidia la educación superior lo que logra es algo similar a obligar el uso del casco: incrementa artificialmente el otorgamiento de los instrumentos de señalización educativa como los títulos, certificados y diplomas. Al incrementar el número de títulos otorgados, su valor como señal se devalúa. ¿Por qué ahora ya no basta con un título de licenciatura para hallar un buen empleo? ¿Y por qué las personas invierten más y con mayor frecuencia en niveles de estudios superiores como maestrías y doctorados?
Cuando una señal ya no es tan efectiva como antes, se buscan nuevas y mejores señales. Pero, en el transcurso, no necesariamente se adquieren nuevas habilidades o se invierten recursos en incrementar la productividad. Se arrojan más y más recursos en la consecución de señales que no repercuten en un aumento de la productividad y, por consiguiente, que no tienen un efecto positivo en el crecimiento económico. Hay un desperdicio.
Un ejercicio mental de Bryan Caplan revela lo que ocurre:
“Supongamos que puedes tener una educación en Princeton sin el diploma o un diploma de Princeton sin la educación. ¿Cuál elegirías? Si debes meditarlo, ya crees en el poder de la señalización. En contraste, si quedaras varado en una isla y tuvieras que elegir entre el conocimiento de construir un bote y un título de construcción de botes, no meditarías. Cuando enfrentas al mercado laboral, es importante ser impresionante. Cuando enfrentas al océano, todo lo que importa es la habilidad.”
Ante esta situación, aunque la estrategia individual óptima es buscar una mejor señal, el resultado colectivo sitúa a todos los individuos en una posición subóptima: todos estarían mejor con menos títulos y diplomas, aunque individualmente sea racional perseguir más títulos y diplomas. Subsidiar la educación superior es, retomando a Caplan, similar a subsidiar a una empresa contaminante. La empresa puede ser útil, pero no debemos fomentar su contaminación.
Ante este problema, queda enfrentar la siguiente pregunta: ¿entonces qué debemos hacer con los más pobres? ¿Cómo puede un pobre acceder a una educación universitaria que le brinde la oportunidad de un mayor ingreso y nivel de vida? Sin extenderme ni profundizar en la respuesta, invito a una breve reflexión.
Imaginemos lo siguiente: eres un trabajador con un sueldo modesto que está pagando su casa. No estás entre las filas de quienes ganan más en tu país. Un día, sin embargo, descubres accidentalmente que en el patio de tu casa se haya una inmensa reserva de petróleo, que puedes vender en millones de dólares (no estás en México, país en el que la nación es dueña de la tierra y se apropiaría del petróleo que hallaste; estás en un país ficticio en el que puedes vender el petróleo que hallaste sin trabas gubernamentales). Te hayas, no obstante, frente a un obstáculo: para poder vender el petróleo que hallaste necesitas comprar o alquilar máquinas que sean capaces de extraerlo y procesarlo para su venta. ¿De dónde sacarás el dinero con tu modesto sueldo?
Hay una solución: puedes endeudarte para comprar o alquilar las máquinas y pagar con el ingreso que esperas recibir de la venta de petróleo. No eres pobre, sino rico. Puedes endeudarte contra la riqueza que ahora tienes en la reserva de petróleo que hallaste.
Vamos más lejos. Si el gobierno, viendo tu situación, decide subsidiar la compra o alquiler de las máquinas, sabes que estaría usando dinero de los contribuyentes para financiarte. Y si la mayor parte de la carga fiscal recayera sobre la clase media o pobre, sabrías que el gobierno, al subsidiarte, estaría redistribuyendo ingresos de personas de clase media o pobre hacia una persona rica, que eres tú.
Volvamos a nuestra reflexión sobre los subsidios a la educación superior universitaria. El estudiante de una carrera universitaria (ingeniería, por ejemplo), puede vivir en condiciones modestas y recibir un ingreso mensual de 3 mil pesos. Su carrera, sin embargo, le permitirá ganar, una vez que entre al mercado laboral, un ingreso mensual promedio –a lo largo de su vida– de 50 mil pesos mensuales, que es un ingreso mensual alto (y más considerando que se trata de un promedio a lo largo de su vida, que incluirá sus años de vejez improductiva). Si el estudiante vive 50 años más inmediatamente después de empezar a trabajar, el valor de su educación (de su capital humano, de su propiedad) es –dejando fuera el efecto de tasas de interés– igual a 30 millones de pesos (50 mil pesos mensuales × 12 meses × 50 años). ¿Debe el gobierno subsidiar su educación universitaria en virtud de que recibe un ingreso mensual bajo mientras es estudiante? ¿O debería el gobierno desentenderse de subsidiar su educación, en virtud de que su educación lo vuelve más rico ahora? ¿Qué significa subsidiar la educación de un estudiante universitario para los más pobres? ¿Cómo cambia la reflexión si hay imperfecciones en el mercado crediticio para los estudiantes?
Con esas preguntas los dejo. Hasta luego.
Bueno, tres puntos:
1. Posiblemente la universidad esta sobrevaluada, puede ser que lo que se enseña no tenga aplicación real. ¿Cuantos economistas hacen realmente trabajo de economista? Es decir, ¿Que porcentaje de los graduados de economía hace un trabajo que alguien con un grado en contabilidad o administración podría también hacer? Voy atreverme a especular que solo una ínfima minoría de economista aplica lo que estudio en la universidad.
2. El valor de un grado se degrada en virtud de la cantidad que lo posee, pero hay ciertas profesiones que no todo es negativo. Si solo hubiera pocos médicos y enfermeras el costo para la sociedad sería altísimo. Subsidiar a los clasemedieros (y los no tanto) puede que no sea un desperdicio.
3. El artículo suena muy congruente en una sociedad muy desigual, como la mexicana, pero pierde substancia cuando se aplica a sociedades más igualitarias y ricas como los países nórdicos o Canadá. Por ejemplo, Canadá tiene una de las clases medias más ricas y extensas del mundo, un subsidio a los universitarios no tiene un impacto tan grande en la sociedad, ya que la cooperación se da más entre iguales.
4. Una de las razones de que en México sea tan desigual la proporción entre aportadores y beneficiarios de los subsidios, es la minoría de que gana mucho y coopera poco. Vamos, los impuestos pagados por los más ricos son mucho menores que en Europa, Estados Unidos o Canadá.
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