El hermano menor de mi mamá es etnólogo de la ENAH (Escuela Nacional de Antropología e Historia) y platicaba una historia que siempre me ha gustado. Hace años, un grupo de intelectuales y ricos se acercó con él para lograr entablar contacto con una comunidad indígena de huicholes de verdad para poder presenciar el Ritual del Venado Sagrado. Mi tío accedió porque uno de ellos era su conocido, acordaron el viaje a Durango.
Después de horas para llegar a la comunidad, se estableció el ansiado contacto. Cuando llegaron, el grupo estaba visiblemente decepcionado, los huicholes no estaban vestidos con sus trajes típicos sino con pantalones de mezclilla y camisas comunes y corrientes. Ellos le preguntaron al líder, a través del intérprete que era mi tío, sobre cuándo podrían apreciar el Ritual del Venado Sagrado puesto que habían viajado de muy lejos para tener el honor de presenciarlo. El líder, de manera un poco socarrona, les contestó que hacía mucho tiempo que ellos no lo practicaban porque eran una comunidad muy pobre y que además hacía mucho que no había venados por la zona.
El grupo de visitantes estaba ofendido y estupefacto, maldecían al cielo por el nefasto gobierno y la miseria de nuestra sociedad, que despojaba a estos pobres indios de sus tradiciones. Se preocupaban, genuinamente, de la manera en que solamente un occidental de posición económica alta se puede preocupar por un pobre indio, así que el grupo tomó una decisión, regalarles un venado a esos pobres huicholes, para que pudieran preservar sus tradiciones sagradas y, de paso, ellos disfrutar el ritual original, sin filtro, tal cual debe ser.
Regresaron un par de días después con el venado: era un ejemplar bellísimo con unas astas enormes y simétricas. Orgullosos y felices, los integrantes del grupo, se lo entregaron al líder de la comunidad. En la tarde, los huicholes se reunieron alrededor del venado, ellos estaban felices como no lo habían estado en mucho tiempo, el grupo expectante los observaba. En un momento decisivo, el líder de la comunidad se le acercó al venado y lo degolló. Los demás huicholes se acercaron al venado lo tomaron y procedieron a asarlo y comérselo. El grupo de intelectuales se sentía engañado y ultrajado. Uno de ellos, furioso, se acercó a reclamarle a mi tío, que lloraba de la risa. Le dijo que cómo era posible, que ellos les habían dado la oportunidad a esa comunidad de huicholes de recuperar su espiritualidad, dignidad e identidad perdidas por siglos de colonialismo blanco, y la habían tirado para convertir a ese bello y sagrado venado en una vulgar carne asada. A este grupo se le olvidaba que antes de la espiritualidad se encuentran otras necesidades.
Esta historia viene a cuento por muchos comentarios que he leído en internet y redes sociales. Ante las intensas críticas que han recibido recientemente las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, comentaristas en redes sociales como Pepe Merino, Hernán Gómez y Andrés Lajous (por citar de memoria a algunos de los más conocidos y otros menos conocidos como Alberto Lujambio, Alfonso Flores Durón y Antonio Attolini) no dudan en saltar furibundos acusando a la crítica de ¡clasismo! ¡racismo!, entre otros. Cada vez que los escucho, no puedo dejar de acordarme de esa anécdota, en la que un grupo de intelectuales más o menos acomodados se ponen a debatir sobre lo que le conviene a gente cuya realidad les es ajena. En una especie de ironía se vuelven el estereotipo de aquel que se ofende porque los indios han dejado de ser indios subdesarrollados, como si hicieran una especie de equivalencia entre marginación e identidad.
Se quejan del aeropuerto nuevo, que por qué nos deshacemos del viejo, que todavía sirve, que no pensamos en los pobres. Hasta donde yo sé, un aeropuerto es una fuente enorme de contaminación y por eso mismo no se deben de poner dentro de ciudades, pero quieren sacarlo, mejorar la calidad de vida de los que viven en el oriente, y no les parece.
Un aeropuerto es una fuente de inversiones, de trabajo, de vías de comunicación, de turismo, de comercio. Es cierto, el aeropuerto no va a ser la panacea que con su construcción únicamente va a resolver de un plumazo los problemas del país, pero es una fuente enorme de oportunidades para muchos mexicanos de todos los estratos sociales.
No dejo de pensar en la anécdota con la que inicié el texto, me da la impresión que para estos patriotas debiéramos vivir en chozas, hacer todo horrible, de mala calidad porque ese es el México que ven, el del atraso, la pobreza y la marginación que les impide ver que las inversiones, el comercio y la comunicación son vías enormes y fundamentales para el desarrollo y la eliminación de atraso, la pobreza y la marginación. Me acuerdo de la anécdota y pienso que, tal vez, el desarrollo para ellos es que nos vistamos con tejidos de chaquira.